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MUHAMMAD EL PROFETA: La Misión

La Misión 
 
Desencajado, pálido, tembloroso, llega Muhammad, la paz sea con él, a su casa. 
 
Al verle, el susto es general. Jadiya, mirando su aspecto, descuidado en lo físico, el vestido en desorden, con una expresión muy extraña en sus ojos, se aterra. Se precipita hacia él. Le abraza maternalmente. Nunca su marido había llegado, de su retiro en la cueva, en estado tan lamentable. Aunque se nota que hace esfuerzos, no puede hablar. Unos sonidos, ininteligibles, brotan, sin fuerza ni cohesión, de sus labios. 
 
El impacto emocional imposibilita a Muhammad, la paz sea con él, a reponerse. En pleno día, bajo un calor sofocante, está aterido, tiembla y transpira a la vez. El corazón se le desboca. Es natural: ahora lleva en él un libro escrito. 
 
Jadiya le habla; le sonríe: le tranquiliza. Su esposo sigue temblando. Jadiya le arropa, con una manta; contra su pecho. Y oye los fuertes latidos, como si quisieran comunicar lo que los labios, balbucientes, ocultan. 
 
Bajo la amante mirada de Jadiya los párpados de su marido se cierran. La respiración es menos jadeante. Los temblores cesan. Muhammad, la paz sea con él, descansa. 
 
Largas horas de reposo para el Profeta y de vigilia para Jadiya. Jadiya sufre y piensa. Pretende adivinar los hechos que puedan haber motivado el malestar e inquietud de su marido. Baraja mil causas; las rechaza todas y sigue confusa y preocupada. 
 
El despertar de Muhammad, la paz sea con él, es del todo intranquilo. Sólo la presencia de Jadiya, que le sonríe. y abraza, le da un poco de sosiego. A su mente acuden mil pensamientos sin respuesta convincente. Dudas, ansiedades y temores se agolpan en su mente, como martillo al yunque, en manos del vigoroso y apresurado herrero. Los dolores son brutales. Su cerebro está a punto de estallar. 
 
Imposible resistir la presión, y le cuenta todos los pormenores de la "noche del destino" a su esposa. 
 
Jadiya le escucha con fe; con oídos de mujer enamorada; de madre comprensiva; de compañera fiel: de confidente leal. le abraza; acaricia su cabeza; besa su frente. Con lágrimas de alegría y emocionada voz le recuerda que un primo suyo, Waiqa ibn Naufal, es conocedor de las “escrituras judías y cristianas”; un hombre, ya anciano, que goza fama de sabio, capaz de leer y traducir los caracteres hebraicos. Sería prudente y tal vez aleccionador, el consultarle. 
 
Jadiya llevó a su marido a la casa de Waraqa. Además de hombre de muchos conocimientos y experiencia, Waraqa es un “hanif”, es decir un asceta que abandona los ídolos y busca la presencia y el contacto con Dios, el Supremo Ser. 
 
Muhammad, la paz sea con él, relata al asceta la escena en la gruta, con la persona vestida de blanco y las palabras del ángel Gabriel. Waraqa le escucha atentamente; se emociona con transcurso de la narración y al final exclama: 
 
"Es el 'namus' que ya descendió sobre Moisés. Sí, es el namus. La ley; las instrucciones que Dios envía, por mediación el ángel y a través de los profetas, a los hombres. ¡Ojalá fuera joven y tuviera vigor y vida para acompañarte! Los kuraichitas, los de tu propio clan te expulsarán y perseguirán". 
 
Jadiya exclama: 
 
¿Por qué le van a expulsar? Mi marido es el más caritativo, noble, justo y hospitalario de los mequenses". 
 
Waraqa responde: 
 
"Ningún hombre que lleve lo que él lleva, ha dejado de ser perseguido y tratado como enemigo. Si yo hubiera coincidido en su día, hubiera estado junto a él y ayudado con todo mi corazón; con todas mis fuerzas". 
 
Muhammad, la paz sea con él, ha comprendido. El apoyo lustrado de Waraqa ha disipado sus dudas. Ahora sabe a qué atenerse con respecto a su misión. También en cuanto al comportamiento de los kuraichitas. Le expulsarán de la tribu. Eso, en circunstancias normales, es la mayor desgracia que puede ocurrir a un árabe. El individuo sin clan no existe. Pero a Muhammad, la paz sea con él, ahora, tal acción no le asusta. La vida cuenta poco, comparada con la misión que le han confiado. 
 
La existencia terrenal es efímera; un paso: un examen para el Juicio Final. Lo que cuenta es el espíritu, imperecedero: eterno. 
 
Jadiya, la primera de los creyentes, está preocupada; no comprende bien la evolución espiritual e histórica que significará la acción apostólica de su marido; pero es tranquilizada, consolada y fortalecida por su esposo, quien le repite las palabras transmitidas por el ángel; tras unos meses de silencio (Fatrah): 
 
¡Tu Señor te dará mucho y estarás muy contento! 
 
¿No te halló huérfano y te dio un abrigo? 
 
¿No te encontró errante y te guió? 
 
¿No te ha encontrado pobre y te ha enriquecido? 
 
Con el huérfano no uses engaño ni violencia. 
 
Y con el mendigo ¡no le rechaces! 
 
Y de la bondad de tu Señor habla a los demás. 
 
(Corán, 93, 5-11. Sura Ad Duha Ver. de la mañana) 
 
Estos versículos, recitados con voz cálida y emocionada por su marido, llegan con inefable dulzura al corazón de Jadiya. Ya no teme ni se inquieta. Loa azares de la vida, por borrascosos y tristes que sean, no podrán turbar la paz y el sosiego de su espíritu, lleno de amor y confianza en Dios. 
 
EL MATRIMONIO DE SUS HIJAS. 
 
No se conoce la fecha exacta del matrimonio de las tres hijas mayores del Profeta. Unos autores lo sitúan antes de la Revelación; otros después. 
 
Dainab, la hija mayor, se casó con Abú-1-As ibn Ar Rabi'a, ibn Abdel Chams, cuya madre era hermana de Jadiya. Era un hombre considerado, como buen comerciante y digno en su trato y conducta. 
 
Ruqaya , se casó con Utba y Umm Kultum , con Utaiba, ambos hijos de Abú Lahab, tío del Profeta. Estos dos matrimonios, como se verá más tarde y por motivos religiosos, fueron disueltos. Fátima era demasiada niña, en esa época, para contraer matrimonio. 

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