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MUHAMMAD EL PROFETA: El Año De La Tristeza (Aam Al Huzn)

Los tres años vividos en el desierto, recluidos en insanas grutas sin probar otros alimentos que un puñado de dátiles, un sorbo de leche y una comida de carne al mes, han minado la salud de los musulmanes, obligados por su fe a malvivir en los "chibs" —renovadas catacumbas donde, a costa de la salud física, se fortalece el espíritu.

Abü Talib, octogenario, vapuleado por una vida llena de trabajos, responsabilidades y privaciones, ha tenido el consuelo, en sus últimos días terrenos, de vivir en La Meca, en esa su muy querida ciudad que alberga el espíritu de Abraham.

Y surge la pregunta, que tememos no encuentre la adecuada respuesta: ¿ha muerto en la fe de Dios, el Único: el Verdadero?

Sólo Dios, que lee en los corazones y calibra a la perfección los actos humanos, Dios, el Justo por excelencia, que ha dictado juicio en el destino final de Abü Talib, sabe la contestación.

Hay una sura que nos llama, en esta instancia, a profunda meditación:

Y en verdad si sois muertos
en el Camino de Dios,
Si en El morís, Su perdón y
Su misericordia, son mejores
que todo cuanto pudieseis amontonar.

(Corán, 3,151. Sura Al Imran: Vers. de la familia de Imrán)

La muerte de Abü Talib llena de pesadumbre y tristeza a Muhammad, la paz sea con él.

Durante cuarenta y dos años ha sido su tutor, amigo leal y generoso protector, llegando a sacrificar por él la totalidad de sus escasos bienes, tras aceptar, por su causa, el voluntario destierro.

El Profeta llora su muerte desconsoladamente. Pero Dios aún le somete a una nueva y dolorosa prueba, tal vez la más difícil de sobrellevar en su terrena existencia.

Apenas han transcurrido unos días de la desaparición física de Abü Talib, cuando Dios le arrebata a su amantísima esposa.

Mente y corazón se desgarran en ayes del más profundo y lacerante dolor. Su organismo está a punto de derrumbarse definitivamente, de naufragar en ese piélago inmenso del océano de las desgracias. El vaso de la amargura se ha desbordado.

Para Muhammad, la paz sea con él, su esposa —su única esposa— significaba mucho: significaba todo. Cuanto esta vida encierra de amor, esperanza, felicidad, afanes y fortuna. Fueron veinticinco años de amorosa y leal convivencia.

El alma de Muhammad, la paz sea con él, está afligida. Mil torvos y afilados cuchillos, en manos de rencorosos enemigos, le hieren con furia y saña.

Sólo Dios le puede consolar y... acude en su ayuda:

¡Por la claridad diurna.
Por la noche, cuando reina!
Tu. Señor no te ha abandonado.
No te detesta. La otra vida será
para tí mejor que esta vida.
Ciertamente tu Señor te dará
y tú quedarás satisfecho.
(Corán, 93,1- 4. Sura Ad Duha : Vers. de la claridad diurna

Reconfortado con el mensaje de Dios, piensa en Jadiya que ha sido "el amor de su vida". Pues su afecto, ternura, gratitud, fidelidad y pasión, se han volcado hacia y por Jadiya, como queriendo compensar, en parte, todo el amor que ella le ha prodigado.

Jadiya fue su leal consejera. En momentos difíciles, en los que estaban en juego su suerte y la de muchos musulmanes, las palabras, tímidas, pero convincentes y oportunas de Jadiya, eran portadoras de sabios y acertados consejos.

Jadiya fue su compañera inseparable: leal, afectuosa, dulce y animosa, incluso en circunstancias tan difíciles y heroicas como las del destierro.

Jadiya fue la ilusión y alegría de su vida. La flor que niega el desierto; el manantial que reclama la arena; la grácil silueta que rompe la monotonía de ese continente sin fronteras; que es la Arabia. La miel que diluye el acíbar de la ingratitud humana. El paraíso que se goza en esta tierra como adelanto de eterna promesa.

Jadiya fue madre de sus hijos y de todos los musulinilanes. Jadiya le hizo entrega de toda su vida, su hacienda y de su fe. Pero Jadiya físicamente ha muerto: no respira, su corazón no late.

De nuevo le invade la tristeza. De nuevo Dios le reconforta:

No contéis los que han sido
muertos en el camino de Dios,
como verdaderos muertos.
Porque están vivos, junto a Dios
y provistos por El de cuanto necesitan.

(Corán, 3,163. Sura: Al Imran: Vers. de la familia de Imrán)

Ciertamente Jadiya subsiste: en el pensamiento ; en el recuerdo: en sus obras. Ahora vive junto a Dios; en la Verdadera Mansión, gozando de todos los placeres espirituales que Dios concede a cuantos han creído en El.

Jadiya ahora está en el Paraíso. En el cielo más alto; en un lugar muy cerca del Todopoderoso, del Clemente.

Jadiya vive, perennemente, en el corazón del Profeta y le acompañará en su vida terrena en todo momento. Será luz y guía; consuelo y esperanza. Será su fiere inseparable esposa; la "madre de los creyentes".

Taif: ciudad sin asilo

La muerte de Abü Talib ha dejado acéfala la jefatura de los Banu Muttalib. Los notables de esta tribu, en solemne asamblea, han elegido a Abü Lahab, como nuevo jefe, nombramiento que ha sido de la total complacencia de Abü Sufiyan, que, aunque umaiya, ve con simpatía que el ahora líder de los hachemitas, sea su propio cuñado y confidente.

Muhammad, que la paz sea con él, tiene a su tío Abü Lahab por jefe de su clan.

Grave circunstancia se cierne sobre los musulmanes, teniendo en cuenta el odio que siempre ha manifestado contra el Islam, el ahora más poderoso e influyente Abü Lahab.

En siniestro conciliábulo, los dos cuñados, traman la perdición de Muhammad ibn Abdal-Lah y de todos los musulmanes.

Abü Lahab reúne a todo su clan.

¿Finalidad ?: expulsar a Muhammad ibn Abdal-Lah, como miembro del clan.

¿Motivos ?: ser enemigo de sus gloriosos antepasados y de los dioses de la Kaaba. Para presentarlo como tal le hace, capciosamente, las siguientes preguntas:

"Abü Lahab .— ¿Es verdad que afirmas que hay un solo Dios?

"Muhammad .— Sí, pues la revelación dice: ' Dios es Único. Dios es Eterno. No engendró. Ni ha sido engendrado. Y no hay nadie semejante a El '.

"Abü Lahab .— Entonces ¿los dioses de la Kaaba son falsos?

"Muhammad .— No hay más Dios que Dios.

"Abü Lahab .— ¿Fueron nuestros gloriosos antepasados, como Kusay, Abd Manf, Hachim, Abdel Muttalib, idólatras?

"Muhammad .— (Responde con la siguiente sura)

En cuanto los que asocian otros dioses a Dios,
si alguno de ellos viviese mil años,
no por vivir una vida tan larga,
le sería reducida su parte de castigo.
Pues Dios ve todo lo que hacen.

(Corán , 2,90. Sura al bacar á : Vers. de la vaca)

"Abu Lahab.— ¿Quieres decir con ello que nuestros gloriosos antepasados merecieron ser castigados?

"Muhammad.— Quien castiga o perdona sólo es Dios: el Justo, el Misericordioso. Aquellos que tienen conocimientos de su existencia, y adoran falsos dioses, el Día del Juicio Final,
por El serán juzgados; pues como dice la revelación:

Temed el día en que ningún alma
podrá pagar en favor de otra alma.
En que ningún equivalente será aceptado.
En que ninguna intercesión será compensada.
En el que nadie podrá ser socorrido.
 
(Corán, 2, 117. Sura al bacara : Vers. de la vaca)

"Abu Lahab .— ¿Están nuestros gloriosos antepasados en el infierno?

"Muhammad .— Sólo Dios, el Omnisciente, conoce el destino final de las personas. Y no olvidéis lo que dice la revelación:

Aquellos que no creen
ni sus bienes ni sus hijos,
le servirán de nada el día
que se encuentren frente a Dios.
Ellos servirán de alimento al fuego.

(Corán, 3,8. Sura Al Imrán: Vers. de la familia de Imrán)

Abu Lahab considera el momento oportuno para dirigirse a los asambleístas y obtener su aprobación para excluir a Muhammad ibn Abdal-Lah del derecho de protección (Djiwar).

Abu Lahab había preparado bien el ambiente, tocándo la fibra más sensible de los árabes: su orgullo por los antepasados. Había elegido nombres de kuraichitas famosos y queridos. Había distribuido, de antemano, regalos y favores a los asambleístas más influyentes. Había escogido el instante de mayor tristeza y soledad de Muhammad ibn Abdal-Lah. Todo se confabulaba contra éste.

Y Muhammad, la paz sea con él, fue excluido del clan. Ya no tiene protección. Está aislado. A merced de cualquier enemigo, pues ya no le alcanza ni "el derecho de sangre".

A partir de este momento Muhammad, la paz sea con él, es un apátrida. Abu Lahab está satisfecho. Su sobrino no tiene clan ni ciudad. Es tan sólo un individuo.

Lo que olvida Abu Lahab; lo que no sabe, es que los profetas nunca quedan solos; que su patria es el universo y su casa el Paraíso. Pero no adelantemos acontecimientos.

Sí, el. año 619 es "el año de la tristeza". Ha perdido a Abü Talib; a Jadiya; ahora acaba de perder a su tribu. En medio de tanta pena y abandono, decide dejar La Meca: buscará asilo en Taif.

Taif se encuentra al sudeste de La Meca. En un macizo rocoso; sobre una altura de mil setecientos metros y a una distancia de dos jornadas de camello del santuario de la Kaaba.

Taif es una ciudad residencial; sede veraniega de los acaudalados mequenses. Su nombre (taif: muralla) se debe a que un recinto amurallado la circunda en toda su extensión.

Por su clima, subsuelo y riqueza de agua, se la considera como territorio privilegiado. Frescas brisas, aires puros y manantiales cristalinos, son un regalo permanente, que el árabe del desierto sabe apreciar en todo su valor.

Los moradores de Taif son los plutócratas de la Arabia, no sólo por su riqueza material, acumulada con el tráfico comercial; también por habitar en esa ciudad, que es toda ella una zona verde, con abundancia de árboles frutales, verduras, hortalizas y cereales.

Ly profesión más lucrativa en Taif es la usura, cuyos intereses rebasan el 100 por ciento.

La diosa de sus preferencias: Al Lat, una de las tres grullas.

La tribu que rige sus destinos: los banu Zaqif.

Los taifanos disponen de tiempo y medios para practicar el ocio, el arte y las letras.

Es una ciudad alegre, divertida. Emporio del vicio; del juego y de la inmoralidad más insultante.

Muhammad, la paz sea con él, viaja solo a esta ciudad, cuna de su abuelo Abdel Muttalib, con afanes de islamizar a sus habitantes.

El fracaso es rotundo. Ni uno de los taifanos promete ser musulmán.

Por muchas razones:

—No enemistarse con hachemitas y umaiyas.

—No abandonar el culto a Al-Lat.

—No renunciar a su profesión de usura, ni a ninguno de sus muchos privilegios.

Ni sus propios parientes escuchan sus palabras, razones o peticiones de ayuda.

Los taifanos son corazones endurecidos en la vida material; oídos sordos a toda clase de código moral que atente contra sus intereses; ojos sólo atentos a la caza de metales preciosos.

Los taifanos emulan, en su amor a la riqueza, a las tribus de Moisés, cuando adoraban al "becerro de oro":

El pueblo de Moisés, en su ausencia,
fabricó, con sus adornos, la imagen
de un becerro que mugía.
Sin darse cuenta que no podía hablarles
ni conducirles por el recto camino.

(Corán, 7,146. Sura de A araf)

Más ciegos aún eran los habitantes de Taif y más insensibles que ningún otro pueblo fueron a las palabras del Profeta.

Pero no se limitaron a la indiferencia. Movilizaron a los niños, siempre ávidos de nuevos juegos y a las turbas de malandrines, siempre dispuestas a manifestar sus bajas pasiones y viles instintos, para que se burlen, ofendan y apedreen al Profeta.

El castigo que le infieren es brutal y sanguinario. Muhammad, la paz sea con él, cae al suelo, en medio de un baño de sangre. Creyéndole muerto le abandonan junto a la tapia de un huerto.

A duras penas el Profeta puede incorporarse.

Sin ningún refugio que le cobije, ni mortal que le proteja, el Profeta busca ayuda en la Divina Providencia, exclamando:

Me refugio en Ti, Dios mío, contra mi debilidad y mi impotencia.
Tú eres el Señor de los débiles, de los desamparados; de los indefensos: de los maltrechos,
Tú eres mi Dueño y mi Dios.

No me abandones a los desconocidos ni a mis enemigos.
No me desampares en momentos de tanto dolor.
Si no soy objeto de tu cólera; nada temo.
Me refugio en la luz de tu Faz,
que asegura el consuelo y la justicia
en este mundo y en el mas allá del mundo.
No hay fuerza ni socorro sin Ti.

Esta plegaria fue oída por Utba y Chaiba ibn a Rabia, quienes apiadados por tan lastimosa y ensangrentada figura y por la belleza de tales palabras, enviaron a su esclavo Adas a socorrerle.

Era este esclavo un cristiano monofisita. Le traía un racimo de uvas y quiso curar sus heridas. El Profeta le dijo:

"El primer auxilio que me puedes ofrecer es agua. Necesito hacer la ablución; purificar mis extremidades y cara; para poder alabar a Dios".

Adas le suministró agua. Muhammad, la paz sea con él, una vez cumplidos los ritos de la ablución e incorporado, inicia sus oraciones con el "Bismi-Alah": "En el nombre de Dios "...

Adas se emociona. No sólo al ver la entereza de este hombre, sufrido ante el dolor, paciente frente a tantas heridas y golpes; sino por su piedad y amor a Dios.

El cristiano le da uvas y pan. Cura sus heridas y trata de consolarle con palabras de amistad y resignación, que nacen de una fe común: su creencia en el verdadero y único Dios.

Adas le esconde en el jardín. No quiere que el populacho, ebrio de rencor y saña, le lapide, si sabe que aún vive. Busca la montura del Profeta; espera que la noche cubra de oscuridad esa ciudad maldita y pagana. Luego, tras abandonar el recinto amurallado, le acompaña hasta el camino de La Meca.

La despedida de los dos screyentes es emotiva y la sellan con un abrazó de gratitud y las palabras de adiós más hermosas que se puedan pronunciar: "La paz sea contigo "(AsSalam 'alaika).

En las dos jornadas de regreso el Profeta reflexiona y medita los sucesos de Taif. Las enseñanzas han sido muchas: hay que digerirlas bien. Sacar de las experiencias sufridas las lecciones más provechosas, pues "si las mieses del Señor son abundantes, también lo son las ortigas " .

Triste el retorno a La Meca. Triste y peligroso, ya que no tiene clan y en su "individualidad" está sujeto a cualquier atropello; pues ahora es "el más indefenso de los mequenses", si olvidamos la ayuda de Dios, en la pugna entre tradición y clanes.

A la espera de que llegue la época de la "Tregua de Dios" y Muhammad, la paz sea con él, pueda buscar protección entre los clanes, el Profeta se refugia, provisionalmente, en casa de uno de los musulmanes: Mutem ben Adi.

Es, en esta ocasión, cuando los penosos recuerdos alcanzan mayor plenitud, en el ánimo y corazón del Profeta.

Abu Bakr, su fiel compañero, amigo y adepto, sufre, viéndole tan apenado y triste.

Sus muy importantes riquezas materiales —pues Abü Bakr era de los comerciantes más acaudalados de La Meca— han sido empleadas, en su totalidad, en favor de los musulmanes, durante los tres años del " bando de las prohibiciones".

Ahora sólo le queda su fe y su hija "Aichá y en un rasgo de generosidad y de afecto, se la ofrece al Profeta.

La oferta es simbólica. Abu Bakr quiere demostrar al Profeta lo consustanciado que está con su persona y con su obra; quiere entregarse plenamente y da cuanto posee: su cuerpo y alma, en honor a Dios y el de su hija.

El profeta que conoce la sinceridad y el motivo de la oferta, no puede rechazarla. Estima demasiado a Abü Bakr y reconoce todos los sacrificios que ha realizado en favor del Islam y acepta los compromisos de esponsales.

Otro hecho similar se produce en esta época. Sawda bint Zamah, viuda de un musulmán, muerto en Etiopia, que ha encontrado refugio en casa de Abu Bakr, conocedora de la necesidad que tienen los hijos del Profeta, de una "madre que - los cuide y los peine", se ofrece como "esposa" al Profeta, en condiciones muy particulares: "No deseo — d ice Sawda— lo que las mujeres desean tener en este mundo, sino solamente alcanzar un puesto, entre las esposas del Profeta, el día de la Asamblea Suprema". Muhammad, la paz sea con él, acepta, emocionado, esta generosa y espiritual oferta.

El Profeta es sensible, en grado sumo, por la suerte y destino de los huérfanos y las viudas. Desde su nacimiento fue huérfano y su madre viuda. Ello lo tiene bien presente y en su corazón habrá espacio de privilegio para tales desamparados.

El "año de la tristeza" ha sido pródigo en acontecimientos inolvidables. Un soplo de esperanza brota en ese desierto de penas y lúgubres sucesos. El "camino de Dios" está abierto al tránsito de los mortales, en esa ruta hacia la eterna morada.

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